Llegó a la meta definitiva el P. Chifri
Estabamos concluyendo un artículo que aparecería en el próximo número de Migración Noticias, cuando nos llega la noticia de la partida del P. Chifri, el día 23 de noviembre, a causa de un infarto.
Nos interesó su vida, porque como sacerdote de Dios, cristiano comprometido con los más pobres, entre otras cosas, había descubierto en el turismo, la posibilidad de valorar la cultura del lugar, y hacer que fuera un medio de ayuda económica para su gente.
Sin duda nuestra Madre del Cielo le abrió los brazos de par en par, y ahora juntos llevaran adelante su maravillosa obra.
Seguirá vivo en la huella que deja, en el amor que dio, y sobretodo si continuamos su huella de amor concreto y Evangelio encarnado.
Para conocerlo más les acercamos un artículo aparecido en CN Revista.
Fundación Alfarcito
Hacer el bien no tiene límites
El padre Chifri es un ejemplo. Relata su vida en una entrevista vía celular desde un cerro salteño, en una llamada que se entrecorta por la tecnología que acerca y a la vez mantiene un poquito la distancia. Y parece que estuviera contando que hoy se levantó, tomó el subte, trabajó ocho horas en la oficina y volvió a casa para cenar. Chifri cuenta retazos de su biografía –esa que sintetizó en el libro Desde el abismo, que podría ser el argumento de una película de Hollywood y que el año pasado le valió ser elegido “Abanderado solidario” por los televidentes de Canal 13– en un tono tranquilo y pausado, restándole heroísmo al relato. Su vida podría resumirse en un puñado de líneas: descubrió su vocación religiosa, fue a misionar a Salta, quedó cuadripléjico en un accidente, peleó contra todos los pronósticos, volvió a caminar y con su obra mejoró, y lo sigue haciendo, la calidad de vida de centenares de personas.
Sigfrido Moroder nació en 1965. Su infancia y adolescencia transcurrieron en el porteño colegio Guadalupe, donde practicaba natación y rugby, y tenía la vida social de cualquier chico de su edad. En 1982, en un retiro religioso mientras cursaba quinto año, Jesús y el Evangelio se le presentaron como una revelación y se propuso seguir su camino. Se anotó en la facultad, cursó un año de Economía, pero dejó todo por el seminario. Luego de los viajes de esos años con otros jóvenes a La Rioja tomó otra decisión: ser sacerdote misionero. Se ofreció ir a cualquier parte del mundo, como Mozambique o Nepal, hasta que en 1998 el obispo de Salta le propuso ir a una región de los cerros que no tenía presencia sacerdotal, donde recaló un año después.
“Empecé a caminar y me di cuenta de lo grande que era la región, de la dificultad de acceder a las escuelas, de las muchas quebradas que se transitan sólo a pie o a caballo y por las huellas que dejaron los animales”, describe. En Quebrada del Toro, Chifri se propuso visitar las 25 comunidades y 18 escuelas de la zona: cada casa, cada corral, cada pastor, cada maestro, cada chico. Fue conociendo la idiosincracia y empezó a proponer acciones “para hacer el mejor bien posible”, como sintetiza en una expresión que es su lema. En un lugar donde la economía es de subsistencia, los jóvenes se veían obligados a migrar a la gran ciudad tras el sueño de estar mejor, algo que la mayoría de las veces no ocurría. Su objetivo, entonces, fue generar condiciones que permitan una calidad de vida digna sin perder la identidad y la cultura.
Más de una década después, la obra de Chifri, organizada ahora en la Fundación Alfarcito, sigue creciendo. El sacerdote y sus colaboradores mantienen un proyecto de artesanías en el que ellos son intermediarios entre los pequeños artesanos que trabajan en los cerros. Una vez al mes, bajan para entregar sus productos y llevarse la paga íntegra de lo vendido en las exposiciones en Salta capital y en la venta permanente de El Alfarcito, sobre la ruta 51. Allí montaron un centro interpretativo y dictan cursos de capacitación en telar, tejido, trabajo en mimbre, cuero, astas y carpintería.
También aportan invernaderos de altura a las escuelas para que los chicos tengan más variedad en su dieta y abrieron un secundario albergue que recibe a los egresados de las primarias. Con capacidad para 160 alumnos, ya se están cursando primero y segundo año en cuatro orientaciones imprescindibles en el lugar: construcción bioclimática, para incorporar la tecnología solar a las viviendas; artesanía; agropecuaria y turismo. “La escuela está en el cerro y para el cerro, con herramientas para la gente que vive aquí –afirma Chifri–. Tiene tres ejes: aprender a aprender, aprender a ser y aprender a emprender. Buscamos que ofrezca un aprendizaje que termine en una práctica donde los alumnos puedan aplicar todos sus conocimientos. Es una posibilidad para que estos chicos tengan horizontes abiertos y puedan soñar distinto”. Los proyectos en marcha siguen: un galpón de acopio de papa andina, una cocina comunitaria para que los productores puedan elaborar sus productos y comercializarlos, y el “colectivo de los sueños”, un viejo ómnibus rediseñado que funciona como biblioteca y sala de juegos ambulante, y que recorre las escuelas rurales.
Contra todos los pronósticosPero hay algo en esta historia que le da aún más valor al trabajo de Chifri: él recorría los cerros en parapente hasta que en 2004 un accidente lo dejó cuadripléjico. No se dio por vencido: sacó fuerzas y siguió su rehabilitación acompañado por la comunidad que tanto quiere y que tanto lo quiere. “Pasaba cuatro o cinco horas diarias ejercitándome”, recuerda. Y afirma que no cuestionó su fe: “Dios así lo permitió y tendrá algún bien detrás, un sentido que desconozco y que debo interpretar, me decía. Caí en un abismo, pero hubo un después del abismo en el que uno se da cuenta de que puede haber un rediseño de la vida, un horizonte distinto y muchas posibilidades”.
Hoy, camina con bastones canadienses y recorre el cerro con el “burro rojo”, como llaman los lugareños al cuatriciclo que le regaló un grupo de amigos, uno de los tantos “gestos de amor de todos los hermanos que sufrieron con uno en el accidente y que con gran entrega me empujan a luchar”. Cuenta una anécdota que lo emociona: los integrantes de una comunidad a la que no podía llegar con el cuatriciclo ampliaron a pico y pala, durante días y durmiendo a la intemperie, la huella de 20 kilómetros para que el vehículo entrara. “Cuando llegué fue una emoción para todos”, evoca Chifri. También afirma no tener sueños: “Nunca he soñado hacia delante. Me he dejado llevar por Dios, que me guíe en vivir el hoy que él nos propone, y lo más plenamente posible”. Otra enseñanza de un hombre que, aunque no se vanaglorie de ello, es un ejemplo de vida
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