Vacaciones
Les compartimos un artículo de La Nación del día 6 de enero
Una oportunidad para dedicarse a los demás
Cada vez más personas eligen compartir su tiempo libre con poblaciones vulnerables
Llegan las tan ansiadas vacaciones, esas que tanto esperamos durante el año. Esas que se pasan volando y cuando nos queremos acordar ya estamos de vuelta, inmersos en la rutina cotidiana. Por eso, como se sienten efímeras, vale la pena preguntarse en qué invertimos nuestras vacaciones. ¿Son unos días para desconectarnos del resto de los mortales y dedicarnos a descansar y no pensar en nada?¿O también puede ser un tiempo para dedicarlo a los demás?
Si bien la mayoría de los argentinos busca aprovechar el verano para relajarse, divertirse y recargar energías, también existen otras personas que ven las vacaciones como una oportunidad para compartir con otros: visitar una comunidad aborigen de Salta, dar charlas de seguridad higiénica en el norte del país, hacer turismo rural en un pueblito en Santa Fe para colaborar con los pobladores del lugar, llevar a una chica que vive en un hogar de menores a conocer las Cataratas, o a la playa, o a internarse en el Impenetrable del Chaco para ayudar en su trayecto educativo a chicos de bajos recursos...
Todas éstas son algunas de las tareas que estos individuos eligen llevar adelante durante sus vacaciones, con la firme convicción de que vale la pena vivir experiencias diferentes. Muchos de ellos sacrifican viajes familiares o con amigos o vuelven incluso mucho más cansados de lo que partieron, pero felices de sentir ese agotamiento que se mezcla con el placer por ayudar, con la posibilidad de conocer nuevas personas y culturas o con la satisfacción de haber contribuido con el cuidado del medio ambiente.
"A la persona que no lo vive le cuesta entender nuestras ganas de que lleguen las vacaciones para ir al Chaco. Imaginate que mis amigos se van para la costa y yo me meto en el Impenetrable en pleno verano", dice entre sonrisas Federico Azpiroz, de 21 años, a la vez que confiesa que el hecho de que sus amigos lo apoyen en su compromiso social no lo exime de tener que soportar burlas por sus elecciones veraniegas.
Desde 2009 Azpiroz es uno de los voluntarios de la ONG Voy con Vos, que tiene como misión promover proyectos para la mejora de las condiciones de vida de los poblados rurales de Lote 20 y Lote 42, en la localidad de Tres Isletas, en la provincia de Chaco. Esto lo impulsan desde su proyecto de becas secundarias para los adolescentes del lugar -del cual Azpiroz es uno de los responsables- y el Proyecto Haciendo Escuela, para mejorar la infraestructura de los establecimientos educativos y facilitar todos los servicios necesarios para que los chicos puedan estudiar.
A partir de que se sumó a la organización, Azpiroz aprovecha cada fin de semana, feriados y vacaciones para ir a visitar estas comunidades. "El año pasado fui una semana en noviembre, otra en febrero y también en las vacaciones de invierno. Estos últimos fines de semana largos también me fui para allá porque teníamos que relevar cuántos eran los chicos que querían seguir la secundaria el año que viene y explicarles a sus familias en qué consisten las becas", cuenta Azpiroz, que en total calcula que ya viajó alrededor de diez veces a esa localidad chaqueña.
"Me enganché mucho con la gente y, como ya los conozco, siempre quiero volver. Cuando estás allá ves la situación de pobreza y querés hacer lo posible por solucionarla. Lo que buscamos es ver a la persona pobre como a un igual aunque viva en una situación de pobreza rural, en ranchos de barro, sin agua corriente, ni luz eléctrica, ni gas. Desde lo personal uno piensa que va a brindarse, pero es mucho lo que uno recibe cuando está luchando por la educación y la dignidad de los más pobres. Lo lindo es poder considerarlos amigos y ayudarlos sin que me deban nada", señala Azpiroz, que en junio del año que viene se recibe de licenciado en Administración de Empresas en la UCA.
"Dar dignidad y educación a una persona es una herramienta fundamental porque le estoy dando una opción de vida y la posibilidad de elegir otro destino. A veces cuesta hacerles ver a los padres esto, porque cada chico que estudia es un ingreso menos para la casa", relata Azpiroz, que realiza un seguimiento de las becas de los 31 chicos que asisten a la escuela técnica y en febrero próximo tiene pensado escaparse un fin de semana al Chaco.
Azpiroz rescata la gentileza y la atención con la cual las personas lo reciben en las comunidades. "Estos ejemplos de generosidad desde el no tener me hacen valorar más lo que tengo. Te ayuda a ver detrás de los paradigmas y encontrarte con caras y personas detrás de la pobreza", concluye, sin dejar de recrear en su cabeza el momento en que el primer alumno termine el colegio secundario y reciba su diploma. Ese día reconfirmará que invertir en este sueño valió la pena.
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Miguel Bolzicco, de 49 años, vive en la ajetreada ciudad de Santa Fe y por eso aprovecha cada fin de semana que puede para refugiarse en la quietud del pueblo de Saladero Mariano Cabal, ubicado a 120 kilómetros. Además de disfrutar de las bondades del río, de la pesca y de la atención de sus habitantes, Bolzicco siente que está colaborando con el desarrollo de este pueblo que hace tan sólo unos años estuvo en riesgo de desaparición.
Emplazado a orillas del río San Javier, Saladero Mariano Cabal es una comunidad de 800 habitantes que cuenta con un enorme patrimonio natural."Hace muchos años que voy allí con mi hijo o con amigos, básicamente porque es un lugar muy ameno, donde uno puede estar en contacto realmente con la naturaleza", dice Miguel, contento con el importante cambio que tuvo Saladero gracias a la ayuda de la Asociación Responde, una ONG que trabaja en la recuperación de pueblos, generando propuestas para el desarrollo de proyectos productivos o turísticos.
Saladero, que se ganó el apodo de "el paraíso de la tranquilidad", fue elegido ganador de la Convocatoria "Buscando Pueblos que Responden", que en 2008 impulsó la Asociación Responde con el patrocinio de la Fundación American Express. Este pueblo fue el primero elegido para aplicar el Programa ALAS, que consistió en la inauguraron en abril de 2010 del Centro Responde, bautizado por su comunidad como "Nuestras Huellas". El centro cuenta con una Oficina de Atención a los visitantes, exhibición y venta de productos y artesanías locales, un Museo que pone en valor la historia del pueblo, Biblioteca, Aula Virtual y un Café Cultural.
La segunda etapa fue su participación en el Programa "Turismo en Pueblos Rurales", con el objetivo de identificar y aprovechar las potencialidades turísticas del pueblo y brindar a la comunidad las herramientas necesarias para diagramar y emprender proyectos de turismo en el pueblo. "Consistió en algunas obras, pero principalmente en muchísima capacitación. Saladero ya tenía turistas pero le faltaban servicios y mejorar la atención. Se refaccionaron las cabañas de la comuna, se remodeló el camping al que se le puso cerramiento perimetral y baños nuevos", cuenta Rubén Parasporo, líder de Proramas de Responde. Además, se renovó toda la folletería y cartelería y se realizó un trabajo promocional para que 30 agencias de turismo del país ofrecieran como destino Saladero.
Miguel, que siempre fue usuario de las cabañas de la comuna, señala que han tenido una mejora notable, como también el resto de los servicios del lugar. "Es interesante cómo lograron poner en valor todas las potencialidades del pueblo. Han puesto muy linda toda la parte del camping, al que los fines de semana va mucha gente a disfrutar de los asadores, la luminaria y el río", señala, convencido que los pescadores valoran el poder encontrar una buena ducha y una cama limpia después de todo un día en el río.
Miguel está convencido de que es fundamental apoyar a estos pueblos para que sigan creciendo y mejorando sus posibilidades. "El aporte de los turistas es esencial para que la gente del lugar puede desarrollar todas sus actividades, como el guía de pesca, el que le presta el servicio de lavandería en las cabañas o el del alquiler de las lanchas. Ese lugar realmente invita a volver. No está lejos, no está modificado por el hombre y uno encuentra un contacto directo con la naturaleza", concluye.
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Hace 7 años, Andrea Montaldo, finalmente llevó a la práctica esas incensantes ganas que tenía de hacer algo solidario, con niños y que fuera cerca de su casa, en el barrio de Belgrano. Había visto un artículo en el diario en el que mencionaban que el Hogar Juanito necesitaba de voluntarios, y no dudó en acercarse a ver qué podía hacer.
Como era productora de televisión, le ofrecieron ocuparse de los eventos de recaudación de la entidad, y así fue como se transformó en la encargada de todas las kermeses, rifas y actividades con este fin, pero todavía sin ningún contacto con los chicos del hogar.
"Recién después de 3 años le pedí a Susana, una de las coordinadoras, que quería conocer a los chicos y me preguntó si podía llevar al día siguiente a Esperanza al psicólogo. Le dije que sí, y así fue como empecé todas las semanas a buscarla por el colegio para llevarla a terapia. Al principio ella era tímida y observadora, pero enseguida pegamos buena onda. La conocí en agosto y ya en octubre pasó el Día de la Madre conmigo", dice Susana, que de a poco también se empezó a involucrar con diferentes aspectos de la vida de Esperanza, como ayudarla con el colegio o comprarle ropa.
La relación siguió creciendo, y Esperanza empezó a formar parte del círculo íntimo de Susana, conociendo a su familia y a sus amigas, sumándose a las fiestas y pasando cada vez más tiempo en su casa. "Tenemos una relación de madre e hija. Ella no tiene ni mamá ni papá y yo no tuve hijos con mi marido. Siempre fue todo muy fácil con ella, y fluye naturalmente", señala Susana, sentada en el sillón de su casa.
A partir de la llegada de Esperanza toda su realidad cambió por completo, especialmente sus vacaciones y salidas. Por asuntos laborales de su marido y propios, Susana no solía tomarse descanso durante enero y febrero pero la ilusión de llevar a Esperanza de conocer lugares nuevos e integrarla en su vida hizo que todas las oportunidades fueran aprovechadas para escaparse a algún lado. "Unas vacaciones de invierno nos fuimos con mi hermana y sus dos hijas a Córdoba. Fue increíble porque justo nos nevó y Esperanza conoció la nieve. Otro año fuimos a las Cataratas del Iguazú y por primera vez ella se subió a un avión", agrega Susana.
Hoy en día Esperanza tiene 13 años, pasó al segundo año de la secundaria, egresó del hogar y vive con su hermana, su cuñado y dos primos. Sin embargo, pasa muchos días, fines de semana y feriados en casa de Susana, además de unos días de vacaciones. "El verano pasado y el anterior fuimos a Pinamar, una vez con mi marido y mi sobrina, y otra que mi marido iba lo fines de semana. Ella ya conocía el mar porque con el hogar habían ido a Chapadmalal, pero lo bueno de estas vacaciones fue que las compartió con otras 6 familias amigas y con 12 chicos. Es una nena a la que le gusta mucho la vida al aire libre y el mar", agrega Susana, que todavía no tiene planespara este verano, pero está segura de que van a organizar alguna salida.
Esperanza se integró sin problemas con los hijos de las amigas de Susana, con sus sobrinas y hasta festeja su cumpleaños con ellos. "A mí Esperanza me cambió para bien. Mi marido tiene hijos pero son grandes y Esperanza me dio la posibilidad de integrarme a las vacaciones de la mayoría de mis amigos con hijos. Pero lo más importante es que soy feliz cuando la veo disfrutar y poder ir a algún lugar o hacer programas que de otra manera no podría hacer", dice Susana.
Además de poder brindarle otras oportunidades y comodidades, Susana valora la posibilidad de mostrarle a Esperanza otro modelo familiar y forma de relacionarse. "Yo quiero que acá en casa viva como una nena de 13 años, que pueda jugar, disfrutar y pasear. En su casa cuando llega del colegio tiene que cuidar a su primo y cocinarse ella misma. Acá la prioridad es ella", comenta.
Un día Susana le preguntó a Esperanza, qué haría si supiera que le quedaba sólo un año de vida. "Ir a Disney", le contestó, sin titubear y con la ilusión a cuestas. Desde ese día, Susana le prometió que cuando cumpliera 15 años iba a llevarla al país de Mickey junto con su sobrina, que cumplen años con un mes de diferencia. "Esta es una lindísima experiencia de vida para mí y para mi familia", concluye Susana.
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"Yo soy un chico de clase media que está acostumbrado a veranear en Brasil y me di cuenta de que hay otras realidades que valen la pena conocer en mi propio país. La vuelta es un choque fuerte y aprendí a valorar el tener una cama o comida en la heladera todos los días", cuenta Eugenio Sulpizio, un joven de 24 años, que en los últimos dos veranos participó de una experiencia de vida promovida por la YMCA, que consiste en visitar la comunidad Wichi de Dragones, en la provincia de Salta.
Buscando lugares en dónde poder hacer deporte, se cruzó con la sede de la YMCA en dónde se anotó, con 21 años, para hacer el Curso de Desarrollo Humano Sustentable dirigido a jóvenes que quisieran indagar en cuestiones de liderazgo. Cuando terminó le ofrecieron ir a Palestina a participar de un encuentro sobre derechos humanos y después sumarse a este viaje a Dragones, que el año que viene irá por su onceava edición.
"Viajamos en colectivo y nos quedamos en una casa de la organización Fundapaz. Mis amigos creen que soy un tipo raro, no me entienden. Pero yo disfruté muchísimo de este encuentro entre dos culturas, en donde lo más importante es vivir con ellos", cuenta Eugenio, estudiante de Derecho en la UCA.
Durante cinco días los voluntarios fueron, esencialmente, a compartir con la comunidad, a conocer su cultura, sus formas. Algunos hacían actividades de recreación con los chicos, otros asesoramiento jurídico por el tema de las tierras y también algunos talleres de capacitación tecnológica.
"Ellos te esperan ansiosos. Les llama la atención el respeto con el que los tratamos porque tienen una visión opresora del hombre blanco y nosotros los hicimos sentir como pares. Me sorprendió la generosidad que tienen, podés ir con las manos vacías que igual te van a recibir con los brazos abiertos. También reparé en lo bien que les hace que personas de la ciudad de Buenos Aires se interesen por ellos y vayan a visitarlos", agrega Eugenio, que volvió muy contento de los dos viajes porque sintió que había podido contribuir a una causa y que ellos se sintieran reconocidos.
Sin embargo, aclara que el choque que significó volver a su mundo, fue muy fuerte. "Uno vuelve realmente cambiado y pasás de ver la realidad más dura a vivir de nuevo en una burbuja. Pero creo que esta experiencia me ayudó a ser una persona más humilde, más rica, a abrir la cabeza y a ser menos exigente con todos, porque soy consciente de que hay personas que la están pasando mucho peor que yo", reflexiona, a la vez que destaca que "es realmente esperanzador que jóvenes como yo se comprometan con estas comunidades porque quiere decir que algo puede cambiar".
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Cada vez que Karina Fernández pisa Amaicha del Valle siente que está de nuevo en casa y un poco más cerca de su esencia. Si bien hace varios años vive en la ciudad de Buenos Aires - alternando entre su trabajo de técnica radióloga en el Hospital de Niños y su grupo de medicina alternativa - su madre era santiagueña y su padre cordobés. Sin darse cuenta, las enseñanzas de sus abuelos y sus largas vacaciones en las provincias del norte, se habían adormecido en su corazón. Hasta que hace unos años decidió volver a Tucumán de vacaciones .
En 2008 le surgió un Congreso en Salta al que asistió con unas amigas y quisieron aprovechar la oportunidad para parar en diferentes pueblos para conocer sus necesidades y porque les interesaba la medicina rural. "Una de mis amigas sugirió pasar por Amaicha del Valle, en los valles calchaquíes de Tucumán porque ahí había una comunidad diaguita. Allá fuimos y nos dijeron que había una escuela eco-museo a 4 kilómetros que tenía un director muy piola pero no lo encontramos. No nos pudimos quedar porque volvíamos al otro día, pero a mí me quedó picando el tema en la cabeza", cuenta Karina, que a los dos meses se volvió a tomar vacaciones para volver a Amaicha.
En ese mes y medio, finalmente pudo conocer a Balbín Aguaysol, director del colegio y de la Fundación Amauta, que trabaja para brindar educación e impulsar las potencialidades de los pobladores - como sus artesanías - para que no tengan que irse de su comunidad para progresar. "Quería saber de qué se trataba su proyecto y si podía colaborar de alguna forma. Estar allá fue recordar los viajes de mi infancia y sentirme en casa otra vez. Mis padres siempre fueron muy solidarios y me enseñaron a ver al otro y a no quedarme encerrada en mí misma", señala Karina, que empezó a dar talleres de prevención sanitaria en las escuelas y en las comunidades, además de aprovechar para aprender conocimientos sobre medicina ancestral.
Una de las propuestas de Amaita, es ofrecer distintas opciones de turismo solidario para que todas las personas puedan acercarse a la cultura de los Diaguitas y a su realidad cotidiana. Tienen una posada para alojar a los visitantes (con capacidad para 10 personas), ofrecen paseos ecológicos al Remate, sitios arqueológicos del Remate y Los Cardones, visitas al Eco Museo para conocer el folclore, la tradición y la cultura ancestral y también una veneracion a la Pachamama cada 1 de Agosto.
"También tenemos un pequeño taller de elaboración artesanal de muebles con estilo étnico y a los interesados en conocer a las emprendedoras que apoya Amauta a través de su programa de Económica Social y Desarrollo Local, los llevamos a conocer sus trabajos y compromiso social", aclara Balbín Aguaysol, director de Amauta.
Hace tiempo que Karina destina todo su tiempo libre a ir a visitar diferentes culturas, para aprender lo que ellos tienen para enseñarle. De esta forma, no siente que está desperdiciando sus vacaciones, sino que se está enriqueciendo. "Cada vacación voy a robarles un poco de sus conocimientos y volver a los saberes de mis abuelos y mi mamá. Ellos tienen mucho más para enseñarme que yo. A veces nos olvidamos de dónde venimos. Estuvimos viviendo mucho tiempo solos y tenemos que volver a vivir en comunidad", resume esta mujer que está organizando para en enero ir con su grupo de medicina alternativa para dar talleres a poblaciones vulnerables.
"Con esta convivencia refresqué lo que es la dignidad, que el trabajo dignifica a diferencia del asistencialismo que impera estos días. Y por eso me acerqué a Amauta porque invita a la gente a hacer y a recrearse en la dignidad del trabajo de cada uno. Cada vez que vuelvo estoy más rica, por esta ida y vuelta que se genera de conocimientos y vivencias, es un valor que no tiene precio. El tema es tener ganas de enriquecer el espíritu y el alma, y compartir con otros nuestras vidas", agrega Karina, con una sonrisa que refleja su felicidad y su paz por haber vuelto a sus raíces.
Todos ejemplos de cómo las vacaciones también pueden ser un tiempo para dedicarse a los demás..
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