lunes, 5 de enero de 2015

Un tiempo valioso

Ha llegado una época del año muy esperada, si bien gran parte de la población continúa con su actividad normal, los días más largos y el cese de muchas actividades contribuye a que se disponga de más tiempo para descansar, pasear o realizar otras tareas diferentes de las cotidianas, sin la constante tiranía del reloj. 


Pero ¿qué significado social tiene este tiempo llamado “libre”? ¿Qué valor tiene para cada uno de nosotros? ¿Cómo queremos aprovecharlo? 
En la antigüedad se trataba de un privilegio de algunos hombres, es decir, de los que no eran esclavos, ya que éstos no poseían ni siquiera su tiempo. Los filósofos griegos asociaban el ocio a la felicidad y a la producción de las artes y las ciencias. Era por lo tanto un “tiempo privilegiado”.
Pero es con la Revolución Industrial que se plasma el concepto actual de tiempo libre, en oposición a tiempo de trabajo. Y es a partir de allí que se generan concepciones variadas y convergentes respecto de él. Al reconocerse como un derecho humano en el siglo XX y ser incluido en las leyes laborales, se materializa en el franco, en el fin de semana, en las vacaciones y en la jubilación. Se convierte así en un “tiempo merecido” y muy preciado, porque suele resultar escaso, insuficiente y desproporcionado con respecto al tiempo activo. 
Pero por otro, en una cultura que valora la eficiencia y la producción, el tiempo libre, al no ser productivo, es visto como un “tiempo inútil”, que afecta así la consideración de los ancianos y de las personas que por distintos motivos no pueden trabajar. Es también juzgado como un “tiempo riesgoso” para los niños y jóvenes, ya que se asocia a la mayor incidencia de peligros sociales como la droga y la violencia, o a diferentes tipos de adicciones. Esto lleva a exigir a los chicos la asistencia a un sinfín de actividades para que estén siempre ocupados, lo cual no sólo puede agotarlos, sino que obliga a los padres a ser “remises” las 24 horas. Por supuesto que no es el mismo caso de los padres que para poder cubrir las necesidades de la familia deben trabajar todo el día y para quienes las colonias de vacaciones, o los comedores escolares para aquellos que no tienen ni siquiera lo suficiente, abiertos durante el verano, son una ayuda imprescindible. Seguramente las políticas públicas en este sentido deben ser mantenidas y profundizadas.
En muchas de las sociedades no occidentales, sin embargo, el tiempo sin trabajar es el tiempo de reunión, de danza, de contar historias, de comunicarse con los otros, de aprender. Es sobre todo un tiempo vivido junto a los demás, una oportunidad para compartir, crecer y construir la comunidad. Se trata más que nada de un “tiempo valioso”.
¿Nos gustaría a nosotros también que así fuera? ¿Cómo podemos aprovecharlo entonces? 

Y es en este sentido que nos hacemos una invitación. Nos proponemos que sea, en primer lugar, un tiempo de escucha. Justamente, las corridas a las que estamos sometidos en la época de plena actividad no nos permiten detenernos a escuchar. Los relatos de los niños sobre lo que les sucedió durante el día nos resultan demasiado largos, los comentarios de los abuelos los interpretamos como demandas, la consulta del compañero de trabajo como una molestia y así, muchas veces reclamamos ese “tiempo para mí, en que nadie me hable ni me pida”. Es verdad, podemos necesitarlo. Y puede ser muy positivo ese rato para estar solos, para pensar, para relajarnos, para planificar metas del año que sigue, para preguntarnos: ¿voy bien así?, ¿podría haber actuado de otra manera? Escucharnos a nosotros mismos es fundamental para escuchar a los demás sin prisas ni presiones, sin prejuicios y, quizás, hasta sin respuestas. Capaz que durante un paseo, un juego o una salida se da el momento propicio. Escuchar nos da la posibilidad de comprender las situaciones, conocerlas mejor, mirarlas desde otra perspectiva, darnos cuenta de dónde está el problema o, por el contrario, ver que no existe como tal. Nos puede ayudar también a desarmar una tensión, a no juzgar, a no actuar impulsivamente. En definitiva, escuchar es una clave fundamental para el diálogo y por lo tanto para la solución de la mayoría de los conflictos. Es el arma de la paz.
La segunda invitación es a que sea un tiempo de transformación. El hecho de poder parar nos abre la posibilidad de mirar crítica y reflexivamente nuestra realidad; nos pone frente a ella sin la pantalla del apuro y de las obligaciones cotidianas. Puede ser que aparezcan aspectos que no nos gusta ver, pero siempre es mejor enfrentarlos que negarlos. Dejar todo como está a veces puede resultar más cómodo, pero ¿por qué no intentar cambiar algo? ¿Está costando la relación con los hijos, con la pareja, con los padres, con el jefe? ¿Me gustaría cambiar de carrera o de trabajo? ¿Quiero poner al servicio de los demás algo de mi tiempo o de mis capacidades y no sé cómo? Tal vez sea éste el momento de intentar afrontar con coraje esa dificultad, esa duda o esa crisis; o de tomar esa decisión para iniciar un nuevo camino. Seguramente la transformación vendrá y será positiva. 

Estar “desocupados” es un gran desafío que pone en juego nuestra creatividad para que podamos gastar ese tiempo libre que tenemos en aquello que puede perdurar: en consolidar las relaciones, reorientar las metas, profundizar los afectos. Escuchar y transformar son sólo pistas sugeridas, pero seguramente cada uno encontrará diversas maneras de convertir este tiempo tan esperado, en un tiempo valioso.
Fuente: Ciudad Nueva

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