Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes
Mensaje con ocasión de la Jornada Mundial del Turismo 2015
(27 de septiembre)
“Mil millones
de turistas, mil millones de oportunidades”
1. Fue en el 2012 cuando se superó la barrera simbólica de mil millones de
llegadas turísticas internacionales. Y los números siguen creciendo, tanto que
las previsiones estiman que en el 2030 se alcanzará el nuevo objetivo de dos
mil millones. A estos datos se deben sumar las cifras aún más elevadas
referidas al turismo local.
Para la Jornada Mundial del Turismo queremos centrarnos en las
oportunidades y los desafíos planteados por estas estadísticas, y por ello hacemos
nuestro el tema que propone la Organización Mundial del Turismo: “Mil millones de turistas, mil millones de
oportunidades”.
Dicho crecimiento plantea un desafío a todos los sectores implicados en
este fenómeno global: turistas, empresas, gobiernos y comunidades locales. Y, ciertamente,
también a la Iglesia. Los mil millones de
turistas deben ser necesariamente considerados sobre todo como mil millones de oportunidades.
El presente mensaje se hace público a los pocos días de la presentación de la
encíclica Laudato si’ del papa Francisco,
dedicada al cuidado de la casa común. Es un
texto que debemos tomar en gran consideración, ya que ofrece importantes
directrices a seguir en nuestra atención al mundo del turismo.
2. Estamos en una fase de transformaciones, en la que cambia el modo de desplazarse
y, en consecuencia, también la experiencia del viaje. Quien se traslada a un
país distinto del suyo, lo hace con el deseo, consciente o inconsciente, de
despertar la parte más recóndita de sí a través del encuentro, el compartir y el
intercambio. El turista busca cada vez más un contacto directo con lo diverso
en su singularidad.
Se ha debilitado el concepto clásico de “turista” al tiempo que se ha
fortalecido el de “viajero”, es decir, aquél que no se limita a visitar un
lugar, sino que, de alguna manera, se convierte en parte integrante del mismo. Ha
nacido el “ciudadano del mundo”. Ya no ver sino pertenecer, no curiosear sino
vivir, ya no analizar sino unirse. No sin respeto por lo que y a quien se
encuentra.
En la última encíclica, el papa Francisco nos invita a acercarnos a la
naturaleza con “apertura al estupor y a
la maravilla”, hablando “el lenguaje
de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo” (Laudato si’, n. 11). Ese es el acercamiento correcto que hay
que adoptar ante los lugares y los pueblos visitados. Este es el camino para aprovechar
las mil millones de oportunidades y
hacerlas fructificar aún más.
3. Las empresas del sector son las primeras que deben implicarse en la
realización del bien común. La responsabilidad de las compañías es grande, también
en el ámbito turístico, y para poder aprovechar las mil millones de oportunidades es necesario que sean conscientes de ello. Objetivo final no debe ser tanto
el lucro cuanto la oferta al viajero de caminos transitables que le lleven a esa
experiencia que está buscando. Y las empresas deben hacer esto desde el respeto
a las personas y al ambiente. Es importante no perder la conciencia de los rostros.
Los turistas no pueden reducirse a una simple estadística o a una fuente de
ingresos. Es necesario poner en práctica formas de negocio turístico estudiadas
con y para las personas, invirtiendo en los individuos y en la sostenibilidad a
fin de también ofrecer oportunidades laborales desde el respeto a la casa
común.
4. Al mismo tiempo, los gobiernos deben garantizar el cumplimiento de las
leyes y crear otras nuevas adecuadas para la protección de la dignidad de la
persona, de la comunidad y del territorio. Es esencial una actitud decidida.
Incluso en el ámbito turístico, las autoridades civiles de los distintos países
deben pensar en estrategias compartidas para crear redes socioeconómicas
globalizadas en favor de las comunidades locales y de los viajeros, para así
poder aprovechar positivamente las mil
millones de oportunidades que ofrece la interacción.
5. En este contexto, también las comunidades locales están llamados a abrir
sus confines a la acogida de quien llega de otros lugares movido por una sed de
conocimiento. Una oportunidad única para el enriquecimiento recíproco y el
crecimiento común. Ofrecer hospitalidad permite hacer fructificar las potencialidades
ambientales, sociales y culturales, crear nuevos puestos de trabajo,
desarrollar la propia identidad y valorizar el territorio. Mil millones de oportunidades para el progreso, especialmente para
los países en vías de desarrollo. Incrementar el turismo y, en particular, en
sus formas más responsables permite encaminarse hacia el futuro firmes en la
propia especificidad, historia y cultura. Generar ingresos y promover el
patrimonio específico permite despertar esa sensación de orgullo y autoestima
útiles para reforzar la dignidad de las comunidades de acogida, que deben estar
siempre atentas a no traicionar el territorio, las tradiciones y la identidad
en favor de los turistas. Es en
las comunidades locales que “se puede generar una mayor responsabilidad,
un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una
creatividad más generosa, un entrañable amor a la propia tierra, así como se
piensa en lo que se deja a los hijos y a los nietos” (Laudato si’, n. 179).
6. Mil millones de turistas, si son adecuadamente acogidos, pueden convertirse en una importante
fuente de bienestar y de desarrollo sostenible para todo el planeta. La
globalización del turismo también conduce al nacimiento de un sentido cívico individual
y colectivo. Cada viajero, adoptando un criterio más adecuado para recorrer el
mundo, se convierte en parte activa en la protección de la Tierra. El esfuerzo
de cada individuo multiplicado por mil
millones se convierte en una gran revolución.
En el viaje también se esconde un deseo de autenticidad que se expresa
en la inmediatez de las relaciones, en el dejarse involucrar por las
comunidades visitadas. Nace la necesidad de alejarse del mundo virtual, capaz
de crear distancias y conocimientos impersonales, y de redescubrir la
autenticidad del encuentro con el otro. Y la economía del compartir puede tejer
una red a través de la cual se acrecientan una humanidad y una fraternidad capaces
de generar un intercambio equitativo de bienes y servicios.
7. El turismo representa mil
millones de oportunidades también para la misión evangelizadora de la
Iglesia. “Nada hay
verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (Concilio
Vaticano II, Gaudium et spes, n. 1). Es
importante, en primer lugar, que acompañe a los católicos con propuestas
litúrgicas y formativas. Debe también iluminar a quien, en la experiencia del
viaje, abre su corazón y se interroga, realizando así un verdadero primer
anuncio del Evangelio. Es indispensable que la Iglesia salga y se haga cercana
a los viajeros para ofrecer una respuesta adecuada e personalizada a su
búsqueda interior; abriendo el corazón al otro, la Iglesia hace posible un
encuentro más auténtico con Dios. Con este fin se debería profundizar en la
acogida por parte de las comunidades parroquiales y en la formación religiosa
de personal turístico.
Tarea de la Iglesia es también educar a vivir el tiempo libre. El
Santo Padre nos recuerda que “la
espiritualidad cristiana incorpora el valor del descanso y de la fiesta. El ser
humano tiende a reducir el descanso contemplativo al ámbito de lo infecundo o
innecesario, olvidando que así se quita a la obra que se realiza lo más
importante: su sentido. Estamos llamados a incluir en nuestro obrar una
dimensión receptiva y gratuita, que es algo diferente de un mero no hacer”
(Laudato si’, n. 237).
No deberemos olvidar la convocatoria realizada por el papa Francisco a
celebrar el Año Santo de la Misericordia.
Debemos preguntarnos sobre cómo la pastoral del turismo y de las
peregrinaciones puede ser un ámbito para “experimentar
el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza” (Misericordiae vultus, n. 3). Signo
peculiar de este tiempo jubilar será sin duda la peregrinación (cf. Misericordiae vultus, n. 14).
Fiel a su misión, y partiendo de la convicción que “evangelizamos también cuando tratamos de
afrontar los diversos desafíos que puedan presentarse”,[4]
la Iglesia colabora para hacer del turismo un medio para el desarrollo de los
pueblos, especialmente de los más desfavorecidos, promoviendo proyectos simples
pero eficaces. La Iglesia y las instituciones deben, sin embargo, estar siempre
atentas para evitar que mil millones de
oportunidades se transformen mil
millones de riesgos, colaborando en la protección de la dignidad de la
persona, de los derechos laborales, de la identidad cultural, del respeto del
ambiente, etc.
8. Mil millones de oportunidades
también para el ambiente. “Todo el
universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño
hacia nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios” (Laudato si’, n. 84). Entre el turismo y el medio ambiente
existe una estrecha interdependencia. El sector turístico, aprovechando las riquezas
naturales y culturales, puede promover su conservación o, paradójicamente, su
destrucción. En esta relación, la encíclica Laudato
si’ aparece como una buena compañera de viaje.
Muchas veces fingimos no ver el problema. “Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros estilos
de vida, de producción y de consumo” (Laudato si’, n. 59). Actuando no como dueño sino como “administrador responsable” (Laudato si’, n. 116), cada uno tiene sus propias obligaciones que se deben
concretar en acciones precisas, que van desde una legislación específica y
coordinada a simples gestos cotidianos,
pasando por programas educativos apropiados y proyectos turísticos sostenibles
y respetuosos. Todo tiene su importancia.
Pero es necesario, y sin duda más importante, un cambio en los estilos de vida
y en las actitudes. “La espiritualidad
cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con
poco” (Laudato si’, n. 222).
9. El sector turístico también puede ser una oportunidad, es más, mil millones de oportunidades para construir caminos de paz. El encuentro, el
intercambio y el compartir favorecen la armonía y la concordia.
Mil millones de ocasiones para transformar el viaje en una experiencia existencial.
Mil millones de posibilidades para
ser artífices de un mundo mejor, conscientes de la riqueza que se encuentra en
la maleta de cada viajero. Mil millones de
turistas, mil millones de oportunidades para convertirse en “los instrumentos del Padre Dios para que
nuestro planeta sea lo que él soñó al crearlo y responda a su proyecto de paz,
belleza y plenitud” (Laudato si’, n. 53).
Ciudad del Vaticano, 24 de junio de 2015
Antonio Maria Card.
Vegliò
Presidente
X Joseph Kalathiparambil
Secretario
Francisco,
Exhortación apostólica Evangelii gaudium,
24 de noviembre de 2013, n. 61.